Esta tarde he salido a dar un paseo por la ciudad casi desierta. Justo antes del toque de queda. He caminado hasta las afueras. He mirado mi reloj. Todavía tenía tiempo para regresar. Es entonces cuando he reparado en la chimenea de la vieja fábrica de susurros. Las chimeneas tienen pecho y garganta. No es una metáfora. Lo digo muy en serio. Lo puedes comprobar en cualquier enciclopedia. La chimenea de la fábrica de susurros exhala algunos murmullos casi imperceptibles. Esta noche contará algunos secretos que solo podrán descifrar los gatos callejeros. Nosotros, sin embargo, nos revolveremos en nuestras camas y no nos enteraremos de nada.